Cuenta Regresiva
La abundancia es ciega. Ahora que son pocos los que quedan, y con tal “esfuerzo” con que se obtuvieron, contar como tan súbitamente se escapan, lo hace doloroso y a la vez aliviador. Se van, se pierden en un suspiro. Tres.
Las cenizas se las lleva el viento, y como ceniza, la ansia de reunión se disipa. Se va y no intentaría atraparla de nuevo; no tendría energía para semejante tarea. La negación y la desidia por fin se marcharían.
Fijo en una silla, lo suficientemente enana para ser incomoda, intentando escapar entre caladas al horrendo sonido, el pesado ambiente y el despreciable olor de alcohol y sudor mezclados, me siento como bicho raro. Siento un vació que instintivamente, el vacilar de cuerpos cálidos, no llena. No podría siquiera, pararme de ahí. Prefiero un libro, unas cuantas letras. El bullicio es paralizante ahora.
Son dos ahora, una ansia sorda, ciega y absurda inunda mi mente, una capricho saciable, que se extingue a la luz de un conteo. Me siento flojo, me desgarra una penuria que nubla y solo puedo cavilar en una cosa: ¿será el siguiente, el marcado y suave, o el fuerte y dorado?
Ella responde. Son dos ahora y solo queda elegir. Podría escapar de tan horrible ambiente, y vagamente sentirme cómodo en su sonrisa esquiva, o irme simplemente, abrazando la oscura y turbante soledad de la noche. No lo podría evitar nadie ya, pues ciertamente, solo vale la pena compartir la soledad con una persona.
Es uno ahora. La veo.
Cero.