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Olvidar

— Tal vez fue fatídico el día en que por fin terminaron once años, y más, de un estudio, que pareciera interminable. En ese momento se quiebran todas las relaciones que a simple vista pudieran ser robustas y la distancia se haría cada vez mayor. Cuentan ahora cinco años, un poco más, o un poco menos, y así, sin más, sutilmente hemos vacilado ante la tentación del olvido.
 Son fechas las que se guardan en la memoria para recordar el día en que, sin duda alguna, los obstáculos pasaron a ser un mero charco de agua helada que hubo parecido un mar interminable. Es cada año cuando, en un día cualquiera, recordamos (o nos recuerdan) lo fuertes que hemos podido ser, y lo fuertes que seguiremos siendo. Decía pausadamente, mientras tenía la mirada fija en la formas que se aparecían y desvanecían en el café. El ambiente del lugar era disperso; había luces centelleantes, que iluminaban con fuerza en un techo innecesariamente alto, pero que el propio humor pesado del espacio, hacía que las luces llegaran apenas hasta la mesa. Estaban sentados de frente, oscilantes entre miradas trémulas, hablando de cosas tan absurdas como sensatas, deshaciendo y rehaciendo el universo en su mente, mientras un deseo abrumador subía desde la punta de sus pies, y tomaba una pausa longeva en sus manos, que sostenían firmemente, la taza del café tibio ya. Era temprano, y aun así, se sentía tarde, o tal vez era tarde y se sentía temprano. No había cansancio y la esencia bohemia que se mantenía, creaba un calor particular que invitaba a continuar, y no parar. La música sonaba sorda, estaban enfocados en pensamientos, y no propiamente los suyos. Cada palabra era la más dulce droga que sedaba y afligía. Se escuchaban inmersos entre ellos; eran inmunes a las perturbaciones. Nada los detenía. Estaban juntos en una carretera que sin un fin, los llevaba a encontrarse. El tiempo parecía detenerse entre mas y más subía el extraño deseo de estar.

El frio del lugar rozaba las tazas que ahora permanecían vacías, mientras penetrante golpeaba sus cuerpos. Sin café, su temperatura bajaba y se perdían dispersos en el efecto que embelesados entre sí, solo el álgido ambiente los agitaba. Necesitaban calor y ahora que no había más, tenían que elegir. Cerrando sus ojos profundo, pensó silenciosamente durante unos segundos y al abrirlos, titubeante, toco sus manos y le dijo: — Podría besarte, e irme, o no hacerlo, y quedarme.

No dejes de recordar